miércoles, 2 de enero de 2013

GURU - “Descubrí que no soy homosexual”

Mi Inconciente, Mi Familia.

- “Descubrí que no soy homosexual”. Le dije a Jaime, mi marido, llegando de una clase de psico genealogia, mientras me lavaba las manos en el baño y el me miraba desde la puerta como si le hubiese comentado del clima, calmado y neutral como es su forma de ser en todo ámbito de la vida, y supongo que esperando a que terminara de confesarle los detalles sobre mi incuestionable descubrimiento acerca de mi inclinación sexual. 

¿Tu sabes como se programan los homosexuales?. Todo comienza en una idea, desde la mente. En la clase de hoy Gabriela, la guía del taller, me pregunto a quema ropa, previa advertencia que fuese sincera, si me gustaban las mujeres. Le dije que no luego de pensarlo por unos segundos porque jamás había puesto en tela de juicio cual es mi preferencia carnal, se daba por sentado. Sin embargo mi elección sexual estaba en peligro de no ser real dentro de mi contexto familiar. 

Las mujeres de mi familia materna han marcado presencia aplastando sin piedad a los hombres con los que se han emparejado. Un ejemplo es mi madre, de carácter dominante, caprichosa y manipuladora, quien nunca le dio espacio a mi padre para expresarse libremente porque estaba convencida de que era de una raza inferior, consideraba que su cerebro era del tamaño de un mosquito, y su actuar era demasiado mediocre y vulgar al lado de su estampa real. Ese pobre hombre fue el blanco constante de sus corrosivas críticas, imponiendole sus juicios lapidarios y opuestos a lo que sea que el pensara, sin que el osara a contradecirla, ya que en ese caso ardía Troya con todos nosotros adentro. A mi padre nunca lo vi defenderse, ni nunca defendió a mi hermano ni a mi de los ataques virulentos de mamá, y su arma de sobrevivencia fue la ausencia, llegaba muy tarde por las noches y los fines de semana inventaba lo que fuera para salir arrancando a la calle y no estar en mi hogar. En ese contexto familiar, mi imagen de los hombres no podía ser peor, razón por la cual, lo supiera o no, mi inclinación natural e inconciente al emparejarme sería hacia un ejemplar humano que fuese digno de mi admiración. Los hombres ejemplificados en la figura de mi padre, estaban condenados a ser descartados por su debilidad y cobardía ante la fuerza de las mujeres, que en mi familia, son todas de temperamento violento y suelen estallar con mayor fuerza con los hombres que tienen el valor de acompañarlas. Para la buena fortuna de ellas, masoquistas hay en todas partes del planeta. Y para la tuya, tampoco me impresionaron de buena manera las mujeres.

- ¿Y yo soy gay?. Me pregunto mi marido, disimulando una sonrisa. 
- No lo sé, la única manera en que puedes saberlo con certeza es probando hacer el amor con un hombre.
Sus dudas y la sonrisa se le borraron al instante. 

Un sábado luego de almorzar, le conté a Jaime que había terminado de armar mi árbol genealógico, el que había traspasado cuidadosamente a un gran pliego con todos los datos que pude recaudar. Fui a buscar mi obra de arte y comencé a desglosar su contenido:

Este es mi lado paterno, tengo todos los datos hasta mis cuatro bisabuelos, mi papá tiene 11 hermanos, de los cuales solo uno ha muerto, le dio cirrosis consecuencia de su trabajo, estaba a cargo de una inmensa viña de finos vinos en el sur del país y tenía la tendencia de probarlos todos. El resto de sus hermanos están vivos, están viejos pero son sanos, fuertes, y los que conozco de cerca, tienen buen corazón. A mi abuelo no lo conocí, murió cuando sus hijos aún eran unos niños y mi abuela se hizo cargo de ese batallón. A ella tu alcanzaste a conocerla, le caías muy bien y era mi adoración, una matriarca amada por sus hijos e innumerables nietos, una mujer hermosa, acogedora, fuerte y cariñosa. 

Y a este otro lado, esta mi familia materna, no tengo ni un solo dato de mis bisabuelos, mi abuelo murió cuando yo era una niña, lo recuerdo postrado en una silla de ruedas con media cara caída y paralizada, era enfermo de parkinson y lo observaba curiosa desde el último rincón de la mesa, porque demoraba una eternidad en llevar una temblorosa cucharada de sopa a la boca, la que llegaba sin contenido sobre ella, y vuelta a comenzar su odisea sin que nadie se ocupara de ayudarlo. Murió cuando yo tenía nueve años. Mi abuela vivía en una casa que parecía un calabozo, oscuro, húmedo, el suelo con cartones y sin pintar las paredes de cemento, solo tenía una ventana y era tan miserable como su corazón, recibía dinero de el arriendo de tres propiedades de las que era dueña, pero no sé que hacía con el porque su casa se caía a pedazos y mi padre le llevaba comida y pagaba para que la cuidaran, no le gustaba recibir gente y solo hablaba de los demás despotricando hacia su apariencia física, curiosa manía viniendo de ella, quien al parecer no usaba espejos en su celda: tenía joroba, tres dientes flojos en la boca y era casi pelada, sus largos y delgados pelos dejaban entrever su cráneo, el que disimula con un tomate en la coronilla. Su vida giraba en torno de inventar mentiras peligrosas en que implica a los demás en infidelidades o faltas inexistentes, vivió hasta hace poco, y solo fueron cuatro personas a su funeral, yo no asistí porque lo realizaron dos de sus hijas como un trámite que tenía que hacerse con rapidez. Este matrimonio tuvo cuatro hijos y mi madre, la mayor, es la única muerta hace once años. Murió de una enfermedad autoinmune muy extraña y casi inexistente en la literatura médica, se le formaron varias bolsas de aire en su estómago repletas de toxinas que crecían sin piedad, si reventaba una, su muerte era inmediata. Al final de sus días esas bolsas venenosas ocupaban el espacio de sus órganos vitales y su cuerpo colapso. La acompañé hasta su último respiro y tenía la sensación de que lo único que quería era desaparecer de esta tierra. Su hermana que la sigue, vive en el norte del país, es mentirosa profesional, ambiciosa y altanera, mi otra tía vive en un balneario de la costa, es obesa mórbida, anda postrada en una silla de ruedas y es fanática religiosa, solía recitar la biblia en cada frase que salía de su boca, texto que se sabe de memoria con sus infinitos números, nombres y versículos, y quien al vernos, evocaba inmediatamente a Satán convencida de que sus maleficios caerían sobre todos nosotros, pecadores mundanos sin perdón de dios. Cuando aun no terminaba de describirnos el purgatorio al que seríamos expuestos por los pecados proyectados desde su mente, aparecía mi primo y al verlo salía corriendo con un hacha en la mano detrás de el, un joven rebelde, grosero al hablar y contestador, el que alcanzaba a cerrar la puerta de su pieza justo en el momento en que quedaba el hacha enterrada en el centro de la madera. El otro hermano de mi madre vive fuera del país y tiene fama de ser mujeriego, vividor y alcohólico. Mi primo, el del hacha, supe que estaba siendo procesado por tráfico de drogas y otros délitos, y las dos hijas de mi tía del norte, son depresivas y han intentado suicidarse un par de veces sin lograrlo.
- “Viene de buena cuna”. Fue el comentario de mi marido, al terminar de recitarle el resumen de mi familia. 

Me reí de buena gana, como siempre lo hago ante las ocurrencias de este hombre que me acompaña hace muchos años endulzando cada instante de mi vida con su gracia, belleza y bondad. 

Me trajo muchos problemas el pertenecer a esta desquiciada familia, sentí la desesperanza hasta los huesos, con toda la carga emotiva que recibe un niño expuesto al cuidado de quienes no saben la tortura que es absorber, como yo lo sentía, toda la maldad del mundo. Sin embargo debo confesar que nací bajo una buena estrella. Mi conciencia venía con la preparación adecuada para hacer frente y contrapesar este descalabro genealógico. Mis ojos estaban puesto en la belleza de la vida, resonaban en mi corazón palabras que no eran parte de mi experiencia: alegría, amistad, verdad, riqueza, confianza, dulzura, magia, amor. El saber la existencia de esos profundos sentimientos y dones determinaron el curso y la elección de mi destino. 

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